AGOTA KRISTOF, CLAUS Y LUCAS: LA CRUELDAD HUMANA GOBERNADA POR UN MUNDO EN GUERRA
¿Para qué sirve la literatura? Sin entrar en géneros o estilos podríamos decir que para contar historias. Historias que conforman viajes inhóspitos por inexplorados. Por ser el producto de la imaginación del autor y también del avatar accidental y fragmentario que rige su vida. Por ejemplo, y según ha manifestado ella misma, a Agota Kristof la literatura como tal no le interesaba. Quizá, de ahí devenga su estilo crudo y directo. Sin medias tintas ni ambages. Todo a favor de lo que se quiere contar. Y, quizá también, de ahí venga su forma poliédrica y concisa de narrarnos esta historia con la que expresar la crueldad humana gobernada por un mundo en guerra. Guerra de fusiles y carros de combate, y también, de vandalismo y supervivencia, sobre todo, de mucha supervivencia con la que lograr conquistar algo de libertad, aunque ésta sea imaginaria, circular y envolvente como una gran mentira a la que la autora húngara hace referencia en el título de los tres libros que componen esta trilogía, donde los recuerdos y las encrucijadas a las que se enfrentan toman el poder de una narración desnuda. De frases cortas. De estilo indirecto. De primera persona del singular. De la tercera persona. De ese falso reflejo en el que se convierte la imagen del espejo en el que nos miramos y se miran sus personajes. Espejo mutilado en la infancia desgraciada y atormentada de los perdedores. De aquellos que siempre pierden las guerras, pues los enfrentamientos bélicos se generan sólo para que aporten su cuerpo y su vida. De esta novela circular que escribe su autora en una lengua —el francés— que no es su lengua materna nace una historia sin límites —sobre todo en el primer libro— que poco a poco también busca la generosidad con el prójimo. Aquel que también está condenado a la derrota colectiva. Derrota final que en el caso de Claus y Lucas es la narración de su iniciación a la vida. Un despertar cruel. De espacios reducidos y rutinas estoicas en las que buscar algo dentro de uno mismo. Esa esencia alejada de la barbarie los gemelos la buscarán en las matemáticas, pero también en la lectura y en la escritura. Ahí es donde Agota Kristof rinde homenaje a esa intemperie del alma garabateada en un papel que es la literatura. Literatura que busca salir de los espacios reducidos a los que han sido condenados Claus y Lucas. Espacios que representan todo el mundo y toda una vida. Esa desnudez en la prosa de Kristof es la que la hace auténtica y genuina, a la par que concisa y veloz, pues encadena acciones sin resentirse del agotamiento narrativo que a veces conllevan los acontecimientos trepidantes. Esas elipsis temporales son las que mejor nos muestran la desnudez del mundo y sus consecuencias. Universos sin apelación a los sentidos o los sentimientos. Un nihilismo que tanto desconoce el amor como la verdad, pues todo se reduce al binomio: el hombre contra el resto del mundo.
A pesar de todo ello, y de la magnitud sin escalas que nos presenta Kristof, la narración de los tres libros presenta la dificultad de su ejecución en el tiempo (1986 a 1992), una pericia espacio-temporal a la que el lector debe enfrentarse a la hora de desentrañar el origen de una historia que a base de dar vueltas sobre sus personajes puede llevarnos a causar confusión a la hora de identificar acciones y nombres —Clara, Peter, la librería, etc— Una fragmentación argumental que la autora trata de resolver en el último de los tres libros: La gran mentira, en la que se atan cabos y argumentos, para dejarnos claro que su historia es la de toda la humanidad y el fracaso colectivo al que nos lleva todo enfrentamiento bélico. Una historia que seguro se fue fraguando en la fábrica de relojes en la que trabajó su autora, pues la economía verbal de la misma y el ritmo sin pausa con la que está ejecutada la retratan como un mecanismo de alta precisión. No en vano la crueldad humana gobernada por un mundo en guerra lo es.
Ángel Silvelo Gabriel.