THE CHAMELEONS, SCRIPT OF THE BRIDGE (1983): EL ECO DE LA NOSTALGIA
ángel silvelo
Atrapados por el eco de la nostalgia caminamos a lo largo de puentes que no tienen un fin y se convierten en pasarelas infinitas que nos siguen marcando el ritmo de los latidos del corazón. Infinitos. Incansables. Indescifrables. Nos remueven el pasado para mostrarnos aquello que fuimos antes de convertirnos en lo que somos. Caídas en la ciénaga del paso del tiempo que nos manchan la mirada con la nebulosa de unos deseos todavía por cumplir. «No caigas, no caigas», como nos recuerdan The Chameleons en su flamante disco de debut, Script of the bridge del año 1983. A veces, el paso del tiempo parece no existir y la música de este grupo inglés así nos lo atestigua, porque su sonoridad, su eco, su prevalencia de ritmos, guitarras y hechizos así nos lo atestiguan. Canciones que los convirtieron en influyentes a lo largo de los años, y que hicieron de ellos un grupo de culto. Cómo no acordarse de la electricidad apabullante de Don’t fall, una canción única por lo provocativa y novedosa que nos sigue pareciendo casi cuarenta años después, y por la cantidad de grupos que aún siguen imitando el sonido de unas guitarras únicas. Estos herederos del post-punk más electrizante que en su día fueron comparados con grupos como Joy Divison, en la actualidad siguen contando con alumnos aventajados como Interpol o Editors. Secuelas de unas vibraciones que arremeten contra el mundo desde el eco de la nostalgia, y la melancolía que trata de sobreponerse al fin del mundo. Aquel que provocamos con nuestros actos y miradas. Actos sin repercusión alguna y miradas perdidas que, sin embargo, concentran toda su intensidad en pequeñas dosis de genialidad y que, en el caso de The Chameleons, podrían llevar el nombre de canciones como Second Skin y su aterciopelados teclados que tiñen de bruma y pura esencia psicodélica las notas de una canción que se sumerge en la infinitud de la perseverancia de lo intangible, donde la resonancia de la batería es toda una demostración de principios. Ritmos hipnotizantes que se tiñen de oscuro en la cadenas de Pleasure and pain como inicio de un duelo de guitarras que recorre miles de millas de distancia bajo la batuta de Dave Fielding y Reg Smithies, y bajo la atenta voz de Mark Burgess.
El devenir del grupo estuvo marcado por los diferentes conflictos que mantuvieron con los sellos discográficos y entre ellos, pero antes de que la irracionalidad de los irrenunciables principios hicieran explotar al grupo, Los Camaleones compusieron piezas únicas de música a principios de los años ochenta. Siendo sus señas de identidad las letras de Burgess y su aire entre melancólico y onírico, a lo que habría que unir el afán acústico de sus dos guitarras. Devotos de la evanescencia más atroz, y la rigurosidad mística, elaboraron temas como Less than human, donde las proporciones de sus propuestas se elevan hasta cotas insospechadas. Su sinergia es la del comodín que aparece en la última jugada de la partida, donde la sorpresa hace de relámpago que deslumbra y te infiere grandes dosis de ensoñación y gloria, elementos que sin duda alcanza su hit más épico, su clásico Subiendo por la escalera mecánica de bajada (UP the down scalator), donde el sonido se transforma en un elemento tan compacto que te impide parar de escucharla; tema atrayente como pocos, embrujado bajo la intensidad de unos teclados que se convierten en indispensables y que hacen de la canción una conjunción perfecta de fuerza, ritmo y entusiasmo no exentos de la épica que la erigen en bandera de un disco que, sin embargo, tiene su obra maestra en el tema final: View front a hill (Vista frente a la colina), en el que la sonoridad de las guitarras nos transporta a ese inicio que nos obliga a repetir: «de nuevo, de nuevo», como si nada de lo que nos ocurrió tras aquella primera experiencia mística de luz y gloria nada más nos hubiese forjado la vida; una experiencia que nos retrotrae al pasado. Una experiencia en forma de historia teñida por los recuerdos que vuelven a nosotros una y otra vez sin pedírselo, igual que la imagen de todas las personas a las que hemos querido, porque su poder está inscrito en el eco de la nostalgia.