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LA ESTILOGRÁFICA

ÁNGEL SILVELO

1º PREMIO DE RELATOS SAN JUAN BOSCO, POZOBLANCO (CÓRDOBA) 2014

 

 

 

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor… A partir del inicio de El Quijote, componga un relato breve coherente con las clases de literatura del trimestre. Se valorará el uso del castellano antiguo. Tiempo: dos horas.

Lo primero que pensó, nada más acabar de leer el encabezamiento del examen, fue en cómo eliminar a su profesor de Lengua y literatura, y la única condición que se puso fue no mancharse las manos de sangre. Todo tenía que suceder de una forma más sutil, más literaria…

Mientras pensaba en ello se limitó a permanecer con la cabeza agachada y pegada al pupitre, porque no quería que su adversario se diera cuenta que todavía no estaba preparado para hacerle frente. Él también necesitaba plantear su estrategia y no comportarse como el hidalgo de la Mancha ante los molinos de viento, o quizá sí, aunque intuyó que su lanza se convertiría en una inocente estilográfica. Su profesor no lo sabía, pero él estaba seguro de que su poder no era tan grande, y por primera vez en mucho tiempo se planteó qué habría hecho si en vez de su profesor hubiera sido su padre quién le hubiese retado tan abiertamente. Sin embargo, se deshizo de su inútil furia rápidamente, porque en el fondo, solo buscaba una excusa, bueno no, una excusa no, él necesitaba una buena estrategia, pero no una cualquiera, sino una ejemplar que dejara las cosas claras de una vez. Y todo, porque su traductor simultáneo tenía más palabras en su memoria que su tutor en su cabeza. También desechó este pensamiento, y de nuevo se repitió a sí mismo que lo más importante ahora era mantener la mente despejada e intentar sacar una idea para la redacción, y además en castellano antiguo, porque esa era la única salvación para librarse de tan ejemplar castigo. ¡Qué lástima no poder disponer de San Google!, porque él a buen seguro le daría una respuesta eficaz a todas sus preguntas. Por más que lo pensaba todavía no acababa de entender qué había de malo en aprovecharse de los avances tecnológicos que ahora tenía a su alcance, lo que le llevó hasta el Smartphone que tenía en el bolsillo, porque él sin duda, también le podría sacar del apuro con tan solo un golpe de tecla. Si la filosofía y los clásicos de la literatura antes eran los oráculos de la sabiduría, ahora esa faceta del saber estaba en las maquinitas diabólicas —como las llamaba su profesor— que, además, se comportaban como una fuente de conocimientos a la que no había que darle las gracias por la información, pues su existencia se basaba en la ley de la oferta y la demanda. Por ejemplo, para él, no había nada más aburrido que leer las noticias en un voluminoso periódico de papel, que aparte de mancharte las manos de tinta era un laberinto sin salida. Y eso nadie se lo podía discutir, ni siquiera el erudito de su profesor, porque solo hacía falta darse cuenta cómo estaba el mundo de esos profetas de la palabra impresa. Sin salir todavía de su asombro pensó que: «cuándo se darían cuenta sus mayores que ahora las noticias se leían en internet», y no solo eso, sino que además tenían la fabulosa propiedad de ser maravillosamente cortas, y a veces, hasta estaban cargadas de imágenes, lo que las hacía más amenas. Sin embargo, la solidez de sus argumentos esta vez también se vio vencida por la impotencia y el desconsuelo al ver cómo sus dedos aún sujetaban la estilográfica. Eso es, la estilográfica pensó…

Levantó la cabeza del folio que tenía en la mesa del pupitre y miró a su profesor que, ajeno a todos sus argumentos, anotaba en la pizarra la hora de inicio y final del ejercicio. De nuevo, pensó que toda esta afrenta era por su mala cabeza. No había nada más ridículo que haberle retado con el estúpido juego de la maquinita emulando a Sopa de Letras, el programa más popular de la televisión, cuando a él, lo único que le interesaba de la caja tonta eran los canales de música tipo Kiss Tv o la MTV. Dejó de buscar excusas para afrontar la batalla, y resignado leyó las dos líneas del inicio del Quijote… cuando terminó, se quedó pensando en qué significaría hidalgo, adarga y rocín, y qué tendría que ver una lanza con un astillero. «Este Cervantes estaba pirado de verdad», pensó. Para él, su Quijote actual era Harry Potter que, sin necesidad de rocín, galgo y astillero, creaba un universo cargado de aventuras y poderes mágicos.

De nuevo miró su estilográfica, y ya sin miedo, pensó que esa era el arma perfecta para perpetrar su crimen. Anotó una frase en la parte inferior del folio que tenía en la mesa y después la arrancó antes de guardársela en el bolsillo. Intentó calmarse, a pesar de que una sensación de victoria recorría todo su cuerpo. Suspiró intentando soltar toda la presión que tenía acumulada en su interior, y ya más tranquilo, regresó al ejercicio sabiendo que únicamente le quedaba una última acción, quizá la más certera. Mientras, su profesor seguía hablando ajeno a todas sus conjeturas: «recordar que tenéis una copia del primer capítulo del Quijote para que os sirva de guía en la composición que hay que hacer, sobre todo, a aquellos que no conocéis bien esta obra maestra de la literatura universal, porque en ese primer capítulo encontraréis muchas de las claves sobre las que hemos hablado en este trimestre acerca de dónde procede nuestra lengua y cómo conviene utilizarla para no desvirtuarla, algo que soléis hacer cuando escribís esos ininteligibles mensajes de móvil con los que os comunicáis». Cuando por fin acabó de hablar el gran oráculo de sabiduría, a él lo primero que se le ocurrió para resolver su afrenta fue mandarle un sms, como si en vez de su profesor fuese cualquiera de sus amigos. Una composición que solo imaginó antes de volver a mirar el reloj. Comprobó que ya habían transcurrido quince minutos, y sin más dilación se dispuso a leer el primer capítulo para ver qué decía su afamado hidalgo Don Quijote. Cuando acabó, anotó aquello que logró entender del enrevesado castellano que allí se le ofrecía, pero no se sintió capaz de componer algo que le sacara de tal afrenta. Se rió para sí, cuando cayó en la cuenta que había empleado una palabra que no formaba parte de su vocabulario, y escribió: «el primer capítulo es, a modo de introducción, donde El Quijote se fabrica sus armaduras, desempolva sus armas, busca y encuentra el nombre a su caballo, a sí mismo, y a la doncella a la que poder rendir tributo a través de todos aquellos a los que se va a enfrentar desatando entuertos para ver colmados los honores de un hidalgo a su doncella». Cuando acabó, se acordó de su madre, y pensó lo orgullosa que estaría de verle escribir así, en el fastidioso castellano antiguo, pero ahí se quedaba toda su buena voluntad. Miró de nuevo el reloj, y vio que ya se había consumido media hora de las dos que tenía para salvar su honor de estudiante apaleado por el poder académico y docente. «¿Y ahora qué?», pensó. Echó mano de sus habilidades literarias, pero por más que buscó, solo encontró a Harry Potter entre ellas. De nuevo se acordó de su madre, cuando de pequeño, aparte de comprarle todos los libros de la saga le contaba que era uno de los más vendidos de toda la historia de la literatura, por lo que no le costó demasiado compararlo con el fastidioso Don Quijote de la Mancha. Quizá ahí estuviera su salvación que, por distinta y suponía que novedosa, llegaría a la fibra sensible de aquel incorruptible calvo que era su profesor. «Magia —se dijo—, me hace falta mucha magia y una batalla que ganar. Yo seré Harry Potter; ¿y él?, él será el malvado Lord Voldemort; ¿y cuál será nuestra afrenta?, no, los molinos de viento no, esta vez los sustituiremos por alguna de las últimas maquinitas diabólicas que él tanto odia; ¿y por armaduras?, por armaduras utilizaremos los más potentes antivirus; ¿y por armas?, nuestras armas serán nuestros conocimientos cibernéticos». «El plan era perfecto», pensó, y dejándose llevar por su inocente imaginación se vio a sí mismo como el mejor mago que jamás hubiese existido, de tal forma, que no le costó pensar que todo sería diferente si estuviera su padre a su lado. Sin embargo, no quiso ponerse melancólico y dejó atrás la senda de los recuerdos mientras pensaba que aún le quedaba lo más importante, ¿quién sería la bella doncella por la que batirían sus armas? Ya lo tenía. Esa iba a ser su madre, a la que bautizaría como Lady Gadget, porque a buen seguro, cuando ella viera su interés por la literatura no sería tan estricta a la hora de valorar su distanciamiento de las letras puras y las lenguas romances, y le apoyaría cuando la dijese que él sabía cómo utilizar sus propias armas para salir adelante, aunque éstas fuesen muy diferentes a sus vetustas herramientas. Ese repentino pensamiento, fugaz como un deseo, le proporcionó el valor que aún le faltaba para llevar a cabo su plan. «¿Acaso no existe la magia en la literatura?», pensó.

Abandonó la redacción del relato breve que le habían propuesto y vació el depósito de la estilográfica sobre el folio en blanco. La tinta negra rompió la inmaculada limpieza del papel, pero él, a modo de declaración de principios, se limitó a dejar la huella de su dedo índice sobre el pequeño charco de tinta que se había formado. Después se levantó, y depositó el folio con su huella y la estilográfica que él le había regalado sobre su mesa. Abandonó la clase imaginando la cara que estaría poniendo su profesor, y no solo eso, sino también la que pondría cuando al llegar a casa leyera lo que le había escrito en el papel que antes se había guardado en el bolsillo: en casa tú no eres mi padre, y fuera de ella solo eres un profesor sin jurisdicción en letras puras. Palabras trazadas con la tinta negra de una estilográfica que, por arte de magia, se había convertido en una poderosa lanza.

ANGEL SILVELO GABRIEL