NUCCIO ORDINE, LOS HOMBRES NO SON ISLAS: LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO DE LA VIDA A TRAVÉS DEL OTRO
La búsqueda del sentido de la vida a través del otro, tal y como nos lo presenta Nuccio Ordine en este ensayo sobre lo individual frente a lo colectivo, el uno frente a lo múltiple, o del hombre frente al mundo, nos pone de manifiesto que las ideas y la esencia del ser humano siempre han permanecido inmutables a lo largo de los siglos. El amor, la esperanza, la codicia, la venganza, etc., forman parte de esa coraza que nos define a través de los sentimientos. En este sentido y, en un espectro más amplio de este concepto, la relación del hombre como ser individual frente al resto de la colectividad puede venir marcada, como nos apunta Ordine, por muy diversos factores y relaciones que van de lo interior hacia lo exterior bajo el prisma de la necesidad de la socialización que el ser humano expresa a lo largo de su vida. Así, Montagne necesita de los otros para hablar de sí mismo. Shakespeare, en El rey Lear, nos plantea el conocimiento de una realidad distinta para quien ostenta el poder cuando éste se pierde, porque le obliga a realizar un viaje interior inesperado. Aquí, los otros son quienes le obligan a relacionarse consigo mismo a través de la fuerza que éstos ejercen sobre su poder. De ese viaje interior que llega hasta la locura surge la posibilidad de volver a “ver”, y con ello, contemplar la terrible injusticia que acarrea la desigualdad. Sin embargo, Xavier de Maistre nos propone un periplo alrededor de su habitación, para a partir de ahí establecer múltiples relaciones con los otros. Relaciones basadas en la imaginación. En Tólstoi, por ejemplo, esa interacción con el prójimo nos lleva a la obligación de desarrollar una utilidad colectiva cuyo destino sea el resto de la humanidad. Una humanidad que él fija en los desamparados o más desfavorecidos como única forma de lograr una mayor igualdad entre los seres humanos. Humanidad utilitaria, en este caso, y basada en el concepto de compartir los bienes y servicios.
Una necesidad de relacionarse, y de ese modo vencer a la soledad, que también admite la opción de llegar a lograrlo a través de los sentimientos. Un planteamiento que Ordine nos formula cuando a través de Saint-Exupéry y su obra El principito nos esgrime la necesidad de aprender a ver con el corazón. Un trayecto que busca el encuentro con la felicidad y el alejamiento de la cuantificación que gobierna el mundo en pos de una mayor espiritualidad. Para llegar a ese punto de partida, Ordine se detiene en analizar conceptos como: riqueza, domesticar, efímero, o crear lazos. Donde, de ese crear lazos, parte la percepción de cambio entre el uno y el otro a través de los objetos que los circundan. Por ejemplo, nos dice que a la amistad hay que dedicarle tiempo y alejarla de la idea productiva que rigen las aspiraciones. Siendo ésta, una de las manifestaciones a través de la cual es posible hacer visible lo invisible a los ojos de los demás. Una posibilidad que sólo se puede realizar a través del corazón. Esa fuerza innata que nos mueve y nos protege de los demás es la que Ordine trata de vencer a lo largo de este ensayo en el que nos propone la necesidad de explorar la colectividad frente a lo individualidad. Un planteamiento que en el campo de la educación nos acerca hacia la masiva implantación en la educación de un conocimiento rápido y productivo en las escuelas y universidades basado en el binomio empresa-cliente, en detrimento del conocimiento de las humanidades, por ser éste menos productivo económicamente y más prolongado en el tiempo. Esa idea de Ordine nos lleva a plantearnos, como dijo Oscar Wilde, que: «Lo importante no es elegir, sino saber lo que se quiere». De esa capacidad de elección Ordine nos dice que: «Quien quiere conservar su libertad, debe saber renunciar a dones y privilegios». Una mirada que va mucho más allá de lo individual y trata de acercarse a lo colectivo. Una idea que él nos muestra al final del libro a través de la novela de Virginia Woolf, Las olas: «Masas singulares de agua que se alzan de la superficie del mar para después, acabado su curso, reintegrarse en ella». Una frase donde, quizá, no quepa una mejor interpretación de lo que es el individuo a la humanidad.
Ángel Silvelo Gabriel.